Cuando yo era niño, el jardín de mi colegio se llenaba de caracoles cada vez que llovía. Aquellos peculiares animales despertaban mi curiosidad y a menudo los cogía y me llevaba unos cuántos a casa. A veces se me olvidaba sacarlos de la mochila y se comían el papel de los cuadernos… Tenía apenas siete años y no era consciente de que aquel inocente juego infantil era una imprudencia que atentaba contra las leyes más elementales de la higiene, pues los caracoles y babosas son portadores de numerosos parásitos que pueden provocar la muerte.

Un claro ejemplo de ello fue el trágico caso del australiano Sam Ballard (1989-2018), jugador de rugby, quien con 19 años fue retado por sus amigos a que se comiera una babosa; Sam aceptó el reto y como resultado se infectó con el parásito Angiostrongylus cantonensis, lo que le produjo una meningoencefalitis eosinofílica por la que estuvo en coma 420 días; Permaneció ingresado en un hospital un total de tres años y quedó parapléjico; Finalmente murió con 29 años.

Este fatídico suceso deja de manifiesto que un hábito aparentemente inocuo como comer caracoles entraña riesgos para la salud; esto se debe a que los caracoles y babosas transmiten parásitos tremátodos como Angiostrongylus cantonensis, Crenosoma vulpis, Schistosoma mansoni, Fasciola hepatica, Clonorchis sinensis, Fasciolopsis buski, Opisthorchis viverrini o Paragonimus westermani, además del ya mencionado Angiostrongylus cantonensis. Si los caracoles se cuecen a alta temperatura durante el tiempo suficiente es posible matar a los parásitos, el problema es que los caracoles, para poder ser consumidos, requieren una gran preparación y manipulación cuya finalidad es que expulsen los excrementos y las babas y el solo hecho de tocar la baba de un caracol y llevarse después el dedo a la boca o a los ojos de forma inconsciente ya es suficiente para infectarse.

Además, todos los utensilios utilizados en la limpieza y elaboración de los caracoles deberían desinfectarse a fondo, por lo que es mucho más sencillo y seguro abstenerse por completo de consumirlos. En la gastronomía francesa es muy apreciado un plato conocido como escargots de Bourgogne o caracoles de Borgoña, el cuál se elabora con caracoles de la especie Helix pomatia, la cuál es imposible de criar en granjas, por lo que se recolecta en la naturaleza; el problema es que los caracoles silvestres consumen los restos de materia vegetal presente en excrementos de herbívoros como ciervos, gamos, corzos o vacas, por lo que la posiblidad de que transmitan parásitos es todavía mayor en comparación con caracoles de granja que son alimentados con pienso y vegetales.

Afortunadamente, los parásitos tremátodos pueden ser fácilmente eliminados con un protocolo desparasitante a base de tintura de nogal, ajenjo y clavo. Si deseas conocer los detalles de dicho protocolo pulsa aquí.

 

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Actualmente existe un gran desconocimiento acerca del peligro real que suponen las infecciones parasitarias pues, aunque los hábitos higiénicos han mejorado mucho desde finales del siglo XIX, la mayoría de la gente no tiene ni idea de qué medidas profilácticas hay que adoptar para mantener baja la carga parasitaria. A diario estamos expuestos a larvas y huevos de parásitos presentes en aire, polvo, mascotas y alimentos, por lo que la posibilidad de infectarse con parásitos es muy elevada, motivo por el cuál lo ideal es realizar desparasitaciones periódicas de forma preventiva. Aunque muchos piensen que todo esto que decimos sobre los parásitos es una paranoia y que no hay que obsesionarse tanto, la realidad es que MÁS DE LA MITAD DE LAS ESPECIES QUE HABITAN EN NUESTRO PLANETA SON PARÁSITAS EN ALGÚN ESTADIO DE SU CICLO VITAL; esto es así porque el parasitismo es una estrategia de supervivencia muy eficaz, pues requiere muy poco esfuerzo. En definitiva, el parasitismo es la norma y no la excepción; no se trata de un fenómeno aislado o minoritario sino que es el estilo de vida preferido por la mayoría de seres vivos de nuestro planeta. Por cierto, el parasitismo no es solamente un problema de carácter médico o sanitario sino también sociológico, pues en todas las sociedades hay en mayor o menor medida chupópteros sin oficio ni beneficio que medran a costa del esfuerzo ajeno sin aportar absolutamente nada a los demás; sin lugar a dudas se trata de un grave problema, pero no es el objetivo de este artículo abordar tan importante cuestión.

Articulo escrito por Ignacio Chamorro, Miembro de la Dr Clark Research Association

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